Yo siempre festejo cumplir años. A pesar que tal circunstancia me marque con pitos y matracas que el final se acerca, tener un día especial en el año es una alegría. Mi gente sabe que yo soy un festejante perenne, ya que siempre hay motivo para una sonrisa, una comida rica y algo fresco que ingrese al cuerpo en forma líquida.
Sí si señores, como se entonan en los viejos tablones del fútbol vernáculo, a mi me gusta cumplir años. Y me esmero en la cocina propia buscando agasajar a los queridos. Es que en mi familia, el amor se manifiesta con comida. Esa herencia italiana del sur sumada a mi madre, unaloba esteparia que vivió demasiados años sin sonrisas ni festejos hasta que se chocó con mi viejo, y conoció lo que es una familia de ésas que disfrutan comer por cinco horas, justo ella que tenía tan poco para comer.
Siempre, o sea, siempre, he festejado el cumpleaños en mi ciudad adoptiva, que es Buenos Aires. Por darle el gusto a mi vieja, por ver a mi hijo, por estar cerca de los amigos, siempre mi cumpleaños fueron en Buenos Aires desde que nos vinimos de mi amado pueblito costero.
Pero éste año se me ocurrió que podía cumplir años en otro lado. Solos con La Jefa del Estado Mayor Conjunto (porque si bien una pareja es un "conjunto", la jefa es ella, no tengan dudas), se me pasó por el marote que podía agarrar a "la" Mary de sus trenzas renegridas y llevarla a algún lado, tal como hicimos para su cumpleaños, cuando nos internamos en las alturas mendocinas en pleno Noviembre y nos comimos una nevada para el campeonato argentino de nevadas, un frío de bajo cero, mientras nos mirábamos incrédulos y nos preguntábamos cómo podía ser esa nevada al borde del verano.
Entonces la idea era dar la vuelta al perro en la semana de mi cumpleaños. Y, para ver si la locura podía ser completa, busqué dónde ir para cubrir las bases de un viaje que se merezca: un poco de agua salada, comida de la buena, y una cama limpia en una habitación decente que tenga, obviamente, un buen aire acondicionado. Es que yo soy un muchacho de ciudad, y aunque a veces me hago el "campero", donde no haya un buen inodoro y heladera, seguro que la voy a pasar como el tujes.
"Lima" pensé en un tiro, esquivando la ciudad natal de Goycoechea (no, ése no ... el arquero de la selección de fútbol) y recayendo en Perú, un país que ellos dicen que enamora (¿o esa era otra publicidad?). Playas cercanas, comida copada y a mirar las decenas de portales que ofrecen los precios más variados para acometer la tropelía de sacar la plata del chanchito (en mi caso es una estatua) y despilfarrarla así nomás, como si no me hubiera costado un ojo de la cara poder juntar esos muy pocos pesos.
Claro, los portales de venta de hoteles y pasajes fueron hechos para complicarte, confundirte y un poco para estafarte. Cuando uno usa esos portales, al rato tiene dolor de cabeza, está confundido, duda de todo y se da cuenta que las fotos no muestran nada (u ocultan todo) y que los precios son los mismos o más caros que los que paga el buen viajero que cae de sopetón por el lobby del hotel.
Un viaje a Lima, desde Buenos Aires, por avión, directo, sale (en teoría) desde 366 washingtones hasta 395. Estoy seguro que a eso le falta algún impuesto, tasa, multa, ABL o cometa sin justificación. Te subís en el pozo que queda en la localidad de Ezeiza y te bajás allá, a metros del San Isidro limeño, que estan chic como el de acá nomás. Lo que me rompió la cabeza es que en otra línea aérea, el precio era en moneda local y corriente, unos $9.000, lo que me hace pensar que la otra aerolínea se estaba olvidando algo. Nueve lucas por cabeza, claro.
Es mucha guita, me decía a mi mismo cuando escucho la no siempre dulce voz de mi Mejoresnada, que me dijo "es mucha guita". Ok, Jefa, vamos a presentar batalla a esta economía loca y miserable. Y me puse a buscar si había una manera de ir en bondi. Bueno, no se imaginen al 60 lleno de gente a las 6 de la tarde sino un bondi de "ésos", casi un avión pero que va por tierra. Por ahí se me ocurrió que si me iba hasta Salta o Jujuy en auto, parando en todas, saludando amigos, tomando mi gaseosa light, podría, por ejemplo, en Villazón (sí, del otro lado de la frontera) subirme a una maravilla mecánica que, previo paso por donde se le ocurra a esta buena gente, nos podría dejar en Lima por un módico precio, definitivamente menor a viajar como un presidente argentino en un avión de línea.
Aunque la derrota sea larga y duela, vendría bien ahorrarse unos pesos y bancarse el viaje, que de repente, se me antoja con caminos increíbles, polvorientos y de cornisa. Justo para que la Mary se me muera del susto. Pongo manos a la obra y busco buses que unan ciudades como Villazón y La Paz, o Cusco (eso sí hay), pero del Machu Picchu hasta Lima vas en avión, en ala delta o en una bolsa de plástico. Cien verdes el avión entre Lima y las ruinas maravillosas. Qué hacer.
Pero damas y caballeros, existe una empresa de buses que toma tu trasero en la capital de la República Argentina, y lo deposita graciosamente en la capital del imperio inca. Bellos buses, gente medianamente amable al teléfono (no pidamos mucho, son argentinos) y claro, los tipos van a Mendoza, Santiago de Chile y después Dios sabrá, pero llegan a Lima. ¿Cuántas horas tarda tan mentada travesía? Sí, es probable que usted haya acertado: 72 horas. Esta bien, si el avión es muy caro, el bus, ¿cuánto menos podrá salir?. Son 4 horas y media temblando versus 72 horas trepidando (y no hablemos de las ganas de ir al baño). No digo que me paguen por viajar, pero debe ser mucho más barato. ¿Cuánto?. Sí querido amigo o amiga, acertó: cuesta exactamente lo mismo. $6.400 mangos ida y vuelta, y te regalan un marcador indelebre de color oscuro.
La verdad es que suena bien: tres días de ida en un hotel caminante, tres días de vuelta ídem, y un día en Lima, comiendo a lo loco. Y encima si nos volvemos esa misma noche, ni hotel pago.
Bueno, estoy por comunicar las novedades a la Superioridad. Ya me imagino su respuesta, porque ya vi esta película muchas veces: al final, el muchacho bueno cede ante los encantos irrestibles de su doncella, y decide ir un fin de semana a Chascomús, que tienen unas cabañitas que son muy simpáticas a un precio muy accesible con los puntos que junté con la tarjeta de crédito.
Y ya saben: si necesitan un agente de viajes, sólo me avisan. Total, qué les puedo cobrar por esta ganga.
Marcelo Mariosa