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Marcelo Mariosa

La Virtud de Hector

De a un paso a la vez

Yo recuerdo que al padre de Héctor cuando cargaba la camioneta con las cosas que iba a vender al interior de la provincia.

Acá vamos de nuevo, solía decir con una sonrisa, mientras Miguelito miraba por la ventana como su papá se marchaba por unos días.

Pero Héctor no abandonaba. Llegaba los jueves en la noche totalmente pasado de rosca, casi sin dormir y con decenas de hora de ruta. Como una sombra, dejaba su camioneta en la calle y se metía en el mundo de su familia.

Miguelito y su bronca

Claro, Miguel sentía que su papá lo abandonaba. Cuando jugábamos a la pelota en la calle, era uno de los mejores amigos pero a la hora de volver a su casa se volvía taciturno. El no está, solía decirme.

Los Chicos Crecen

Me acuerdo cuando Miguelito pasó a ser Migue, así, sin la ele, y terminó el secundario. Ya salía con Rosita, la chica de pelo cortito de la otra cuadra y el viejo Héctor seguía con su camioneta, pero ahora volvía los jueves.

Pobre viejo, decía Migue, años después.Tanto sacrificio para que la familia tenga todo lo necesario, y yo quejándome por su ausencia.Pobre viejo repetía Migue, sacudiendo la cabeza de arriba hacia abajo.

Todo Llega

Hoy lo enterraron a Héctor. Yo estoy seguro que a pesar de todo, le vi una sonrisa en sus labios.

Estoy seguro.

Marcelo Mariosa

No Es Fácil

De repente se plantó frente a mí, con esa cara desencajada que muchas veces tenía. Venía a verme casi todos los días, y a veces lo veía bien, y otras veces no tanto. Quizá la vida lo haya maltratado y yo no tuve forma de enterarme. Es que la única manera de saber es escuchar, es que te lo cuenten en primera persona. Al menos, para poder comprender lo que siente el otro.

No es mi culpa, me dijo. No es mi culpa. Ella siempre quiere tener la última palabra, decía, enojado, pero con ese dolor de la impotencia retenido. Yo no quería, pero ella insistía, insistía, y empezó a romper las pelotas. ¿Por qué hacen eso las minas? ¿Por qué nos rompen las pelotas?

Yo lo miré con detenimiento y pudor. En silencio, claro. El bajó la cabeza, apoyó sus dos manos y sacudió levemente la cara de un lado a otro. Su cabello renegrido apenas se movió. Y siguió hablando.

Ella empezó con lo de siempre, y yo le dije que no me hiciera calentar, que no era nada. Y siguió, y siguió. Yo le pedí que me dejara dormir, que habláramos en otro momento. Pero siguió y siguió, y empezó a sacudirme, enojada, para que la escuchara. Yo estuve trabajando como un burro todo el día. Todo el día. Y me pagan esa mierda. Y no le alcanza. A mí tampoco me alcanza. Pero que puedo hacer yo, si es lo único que tengo.

Se sacudía de un lado al otro, como un león. Del otro lado se oían voces, bajas, controladas. De repente levantó la vista. Yo me asusté un poco, porque, qué se yo, las cosas a veces se salen de cauce. Quieto, miré con desdén.

Yo sé que soy medio jodido, lo de la mina aquélla y las macanas que hago cuando tomo alcohol, pero qué puedo hacer sino seguir adelante, laburando y trayendo la plata que gano a casa. Ni un peso me quedo yo, lo pongo todo. Ella ni me habla, ni me toca, y de repente me sale con esto.

Traté de tragar saliva, pero no pude. Me contuve, quería decir muchas cosas, pero me contuve. Desde mi lugar, hubiese querido decir muchas cosas, pero me tocaba seguir escuchando.

Los chicos son todo para mí, pero me tocó esta vida de mierda. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué tengo que hacer?

Volvió a acomodarse, y pude ver sangre en una de sus manos. Me quedé inmóvil, casi sin respiración. Se escuchan voces y luego gritos. El sigue quieto frente a mí, respirando rápido, como los leones después de correr. Lo llaman y le piden que salga. Ni se mueve. Rompen la puerta e ingresan. Es la policía. No se resiste. Yo miro sin decir nada. Lo esposan y se lo llevan.

No es fácil ser espejo en ésta casa. No es fácil.

Marcelo Mariosa

Letras de Amor

Eran los tiempos donde poco podía decidirse por uno mismo. Tiempos donde los padres decían cómo y cuándo debían hacerse las cosas. Tiempos de los primeros reclamos por la ropa y el tipo de corte de cabello. Momentos inolvidables de la vida donde todo está por comenzar, pero de una manera concreta y consciente. Son los días donde el amor empieza a picar en el pecho, mezclado con el deseo inicial, con todo lo que uno no sabe y pretende, con sueños que quizá nunca se cumplan, porque habrá sueños mejores.

Eva tenía más o menos catorce años. Y yo la misma edad. Como generalmente pasa, era la prima de mi vecino más próximo. Nada en ella era demasiado llamativo, pero en los albores del todo, era una mujercita más que deseable. No sé si su melena que tocaba sus hombros, sus ojos marrones y su piel cetrina, Eva tenía un encanto escondido que yo no podía ni sabía individualizarlo. O quizá eran mis hormonas.

El amor surgió de la nada. Un día, nos fuimos de la mano y hablamos mucho. Pero nuestros horarios en la semana, sumado al control que sus padres que ejercían sobre ella, la oportunidad de vernos quedaba supeditada a los fines de semana, en las tardes, antes de que caiga el sol.

Entonces, resuelto, dispuse que no podría esperar tanto para saber de ella, lejos de llamadas telefónicas y “chats”, porque lo primero era demasiado molesto y lo segundo simplemente no existía, elegí entonces un buzón secreto para intercambiar nuestras palabras, un buzón que a la vista de todos quedara absolutamente desaparecido.

A una cuadra de mi casa y en el camino entre la suya y su escuela, había una casa abandonada que tenía unas persianas de madera, con la pintura saltada, pero que dentro de sus intersticios cabría una pequeña esquela para dos jóvenes enamorados. Y entonces, y durante unos meses, a las salidas de los fines de semana por la tarde, se sumaron las cartas de día por medio, donde nos contábamos las cosas que dos muy jóvenes personas querrían contarse.

He perdido a través de los años aquéllos escritos o los he hecho desaparecer por pudor, aún no lo sé. La verdad es que no los tengo aunque los he buscado con cariño y devoción. Aún recuerdo su letra redonda y grande, más grande que la mía, y sus pequeños dibujos en medio de la escritura que dulcemente desgranaba los primeros sentires y deseos. Las primeras letras de amor.

Las horas parecían días y aún recuerdo mi frustración cuando no encontraba la misiva de amor, porque hubo algunas veces ciertas desinteligencias que no mellaron el sentimiento, un sentimiento que desapareció de repente, cuando alguno de sus padres se dio cuenta de la situación y consideró inconveniente que ese muchacho sin futuro le arrastre el ala a la nena. O al menos fue eso lo que trascendió entre las familias. O lo que yo quise creer. Apenas teníamos quince años.

Un tiempo después decidieron demoler la vieja casa de la esquina. Y allí fui yo, día tras día, a ver cómo lentamente la iban despedazando, dándole espacio a un edificio nuevo y alto. Creo que los obreros no entendían que hacía yo mirando el desmonte de las paredes y el desarmado de las puertas y ventanas. Es que quizá quedaba aún alguna carta que yo no había encontrado a tiempo, esa carta que quizá cambiaba el pasado, una carta donde sólo quedara la seguridad del amor bello y eterno.

O simplemente algunas letras de amor.

Marcelo Mariosa

Su Mejor Cumpleaños

De la nada, apareciendo como una exhalación, ella se acercó a la radio y giró suavemente la perilla del encendido. Por unos segundos, el silencio continuó extendiendose por la casa. Luego, se pudo escuchar un sonido apenas audible del aparato encendiéndose, la luz interior de la radio que se sonrojaba un poco, y luego los ruidos de siempre y de la nada, desde el aire mismo, la música de Glen Miller llenando la humilde habitación donde Teresa, sus hermanos y su madre vivían. Y, en medio del desorden, del hambre aprendido, de los reclamos por los pagos del alquiler, la humilde habitación se convirtió en un gran salón de baile y Teresa brincaba y volvía a brincar, siguiendo el ritmo moderno de ese jazz contagioso que todas las tardes le regalaba Radio El Mundo. Nada había para festejar pero esa mágica hora de soledad y música era la alegría, la vida, el aire, el mundo mismo para Teresa. Era su momento de gloria.

En su vida,  Teresa no tenía muchas alegrías. Una madre que era planchadora salteado y a la cual no le alcanzaban las monedas para alimentar a sus tres hijos, un padre que había desaparecido hacía ya mucho y la posibilidad de que Teresa y Nelly, su hermana menor, quedaran pupilas en un colegio de monjas, algo que sólo podía ser bueno para mamá María, que no podía con los niños.  Y el colegio no era acá nomás, sino distante a mil kilómetros, porque las recibían gratuitamente.

Los únicos zapatos con precinto y botón, el vestido para toda actividad social y una vincha blanca era lo mejor que Teresa tenía para ponerse y obvio, nunca hubo un cumpleaños para ella y mucho, muchísimo  menos esa fiesta de quince que todas las chicas de su edad tenían. Apenas un bizcocho dulce, comprado en La Martona, y una vela, de las comunes, para celebrar la adolescencia perdida o escondida, el paso que todas las jóvenes añoraban. Pero no había espacio para quejarse.

Pero esa hora de música era su momento de extrema felicidad. Y Teresa bailaba y volaba, apoyándose en una silla, tomando un pantalón como partenaire, y saltando, girando y sonriendo sin parar, como si fuera, porque lo era, la niña más feliz sobre la tierra.

La pobreza la confinó nomás a la Casa de las Carmelitas, junto a su hermana. Ya lejos de su madre, ni recordando a su padre, ella comenzó a liberar su enojo contra su suerte y se juró salir de la nada misma. Pero lo peor, lo peor de todo de estar con las monjas era no tener esa hora de baile, ese regalo del cielo que caía sobre su cabeza y que le permitía codearse con la felicidad. Y entonces, cuando podía y a escondidas, bailaba, escuchando a Glen Miller dentro de su cabeza. Y en el baño común del colegio iba de acá para allá, saltando, girando, al compás de su extraordinaria música, que sólo estaba dentro de sí misma. Y eso, a veces, tuvo su precio. Y muchos moretones.

Pero alguna vez tenía que tener su fiesta de quince. Alguna vez tenía que ser, porque a veces parece que la vida te devuelve algunas deudas. Y así fue. Y aquélla fiesta fue increíble e inolvidable. Estuvieron todas sus amigas, y hubo sandwichitos por doquier, y masas finas (porque ella adoraba las masas finas) y todo lo que tiene que tener una verdadera fiesta. Y bailó. Y bailaron todos. Y una vez más Teresa giró, y voló, y saltó, y brincó, y hasta hizo ademanes con un pañuelo en la mano. Fue la mejor fiesta de su vida. La mejor fiesta, sin dudas.

Aquél día del año 2010 cumplía 80 años. Su primera fiesta de cumpleaños con invitados, música y baile. Y le podía ver en la cara la inmensa felicidad que tenía, que fue un día maravilloso, interminable. Único. Su fiesta de los quince. Su postergada fiesta de quince.

Su última fiesta de cumpleaños.

Sin dudas, la mejor fiesta de su vida.

Marcelo Mariosa 

Ir a Perú Cuesta un Perú

Yo siempre festejo cumplir años. A pesar que tal circunstancia me marque con pitos y matracas que el final se acerca, tener un día especial en el año es una alegría. Mi gente sabe que yo soy un festejante perenne, ya que siempre hay motivo para una sonrisa, una comida rica y algo fresco que ingrese al cuerpo en forma líquida. 

Sí si señores, como se entonan en los viejos tablones del fútbol vernáculo, a mi me gusta cumplir años. Y me esmero en la cocina propia buscando agasajar a los queridos. Es que en mi familia, el amor se manifiesta con comida. Esa herencia italiana del sur sumada a mi madre, unaloba esteparia que vivió demasiados años sin sonrisas ni festejos hasta que se chocó con mi viejo, y conoció lo que es una familia de ésas que disfrutan comer por cinco horas, justo ella que tenía tan poco para comer.

Siempre, o sea, siempre, he festejado el cumpleaños en mi ciudad adoptiva, que es Buenos Aires. Por darle el gusto a mi vieja, por ver a mi hijo, por estar cerca de los amigos, siempre mi cumpleaños fueron en Buenos Aires desde que nos vinimos de mi amado pueblito costero. 

Pero éste año se me ocurrió que podía cumplir años en otro lado. Solos con La Jefa del Estado Mayor Conjunto (porque si bien una pareja es un "conjunto", la jefa es ella, no tengan dudas), se me pasó por el marote que podía agarrar a "la" Mary de sus trenzas renegridas y llevarla a algún lado, tal como hicimos para su cumpleaños, cuando nos internamos en las alturas mendocinas en pleno Noviembre y nos comimos una nevada para el campeonato argentino de nevadas, un frío de bajo cero, mientras nos mirábamos incrédulos y nos preguntábamos cómo podía ser esa nevada al borde del verano. 

Entonces la idea era dar la vuelta al perro en la semana de mi cumpleaños. Y, para ver si la locura podía ser completa, busqué dónde ir para cubrir las bases de un viaje que se merezca: un poco de agua salada, comida de la buena, y una cama limpia en una habitación decente que tenga, obviamente, un buen aire acondicionado. Es que yo soy un muchacho de ciudad, y aunque a veces me hago el "campero", donde no haya un buen inodoro y heladera, seguro que la voy a pasar como el tujes. 

"Lima" pensé en un tiro, esquivando la ciudad natal de Goycoechea (no, ése no ... el arquero de la selección de fútbol) y recayendo en Perú, un país que ellos dicen que enamora (¿o esa era otra publicidad?). Playas cercanas, comida copada y a mirar las decenas de portales que ofrecen los precios más variados para acometer la tropelía de sacar la plata del chanchito (en mi caso es una estatua) y despilfarrarla así nomás, como si no me hubiera costado un ojo de la cara poder juntar esos muy pocos pesos. 

Claro, los portales de venta de hoteles y pasajes fueron hechos para complicarte, confundirte y un poco para estafarte. Cuando uno usa esos portales, al rato tiene dolor de cabeza, está confundido, duda de todo y se da cuenta que las fotos no muestran nada (u ocultan todo) y que los precios son los mismos o más caros que los que paga el buen viajero que cae de sopetón por el lobby del hotel.

Un viaje a Lima, desde Buenos Aires, por avión, directo, sale (en teoría) desde 366 washingtones hasta 395. Estoy seguro que a eso le falta algún impuesto, tasa, multa, ABL o cometa sin justificación. Te subís en el pozo que queda en la localidad de Ezeiza y te bajás allá, a metros del San Isidro limeño, que estan chic como el de acá nomás. Lo que me rompió la cabeza es que en otra línea aérea, el precio era en moneda local y corriente, unos $9.000, lo que me hace pensar que la otra aerolínea se estaba olvidando algo. Nueve lucas por cabeza, claro. 

Es mucha guita, me decía a mi mismo cuando escucho la no siempre dulce voz de mi Mejoresnada, que me dijo "es mucha guita". Ok, Jefa, vamos a presentar batalla a esta economía loca y miserable. Y me puse a buscar si había una manera de ir en bondi. Bueno, no se imaginen al 60 lleno de gente a las 6 de la tarde sino un bondi de "ésos", casi un avión pero que va por tierra. Por ahí se me ocurrió que si me iba hasta Salta o Jujuy en auto, parando en todas, saludando amigos, tomando mi gaseosa light, podría, por ejemplo, en Villazón (sí, del otro lado de la frontera) subirme a una maravilla mecánica que, previo paso por donde se le ocurra a esta buena gente, nos podría dejar en Lima por un módico precio, definitivamente menor a viajar como un presidente argentino en un avión de línea. 

Aunque la derrota sea larga y duela, vendría bien ahorrarse unos pesos y bancarse el viaje, que de repente, se me antoja con caminos increíbles, polvorientos y de cornisa. Justo para que la Mary se me muera del susto. Pongo manos a la obra y busco buses que unan ciudades como Villazón y La Paz, o Cusco (eso sí hay), pero del Machu Picchu hasta Lima vas en avión, en ala delta o en una bolsa de plástico. Cien verdes el avión entre Lima y las ruinas maravillosas. Qué hacer.

Pero damas y caballeros, existe una empresa de buses que toma tu trasero en la capital de la República Argentina, y lo deposita graciosamente en la capital del imperio inca. Bellos buses, gente medianamente amable al teléfono (no pidamos mucho, son argentinos) y claro, los tipos van a Mendoza, Santiago de Chile y después Dios sabrá, pero llegan a Lima. ¿Cuántas horas tarda tan mentada travesía? Sí, es probable que usted haya acertado: 72 horas. Esta bien, si el avión es muy caro, el bus, ¿cuánto menos podrá salir?. Son 4 horas y media temblando versus 72 horas trepidando (y no hablemos de las ganas de ir al baño). No digo que me paguen por viajar, pero debe ser mucho más barato. ¿Cuánto?. Sí querido amigo o amiga, acertó: cuesta exactamente lo mismo. $6.400 mangos ida y vuelta, y te regalan un marcador indelebre de color oscuro. 

La verdad es que suena bien: tres días de ida en un hotel caminante, tres días de vuelta ídem, y un día en Lima, comiendo a lo loco. Y encima si nos volvemos esa misma noche, ni hotel pago. 

Bueno, estoy por comunicar las novedades a la Superioridad. Ya me imagino su respuesta, porque ya vi esta película muchas veces: al final, el muchacho bueno cede ante los encantos irrestibles de su doncella, y decide ir un fin de semana a Chascomús, que tienen unas cabañitas que son muy simpáticas a un precio muy accesible con los puntos que junté con la tarjeta de crédito.

Y ya saben: si necesitan un agente de viajes, sólo me avisan. Total, qué les puedo cobrar por esta ganga.

 

Marcelo Mariosa